Sinfonía Coral



Una sinfonía coral es una composición musical para orquesta, coro, y en ocasiones solistas, la cual se adhiere, generalmente, en su funcionamiento interno y arquitectura musical global a la forma musical sinfónica. Este nombre fue acuñado por Hector Berlioz al describir su obra Roméo et Juliette en su introducción a dicha obra. El antecesor directo de la sinfonía coral es la novena sinfonía de Beethoven (que lleva justamente el título de Sinfonía Coral). Esta sinfonía recoge parte de Oda a la Alegría, un poema de Friedrich Schiller, con texto cantado por solistas y coro en su último movimiento. 

Algunos compositores del siglo XIX, en particular Felix Mendelssohn y Franz Liszt, siguieron a Beethoven en la producción de obras sinfónicas corales. l género se desarrolló ampliamente en el siglo XX, con obras notables como las compuestas por Benjamin Britten, Gustav Mahler, Sergei Rajmáninov, Dmitri Shostakóvich, Igor Stravinski y Ralph Vaughan Williams, entre otros. Desde finales del siglo XX y comienzos del XXI se han compuesto varias obras nuevas de este género, entre ellas las escritas por Tan Dun, Philip Glass, Hans Wernner Henze y Kryszof Penderecki. 

A finales del siglo XVIII la sinfonía se estableció como el más prestigioso de los géneros instrumentales. Sin embargo, debido a la falta de un texto escrito para su enfoque, era vista como un vehículo para el entretenimiento más que de ideas sociales, morales o intelectuales. Este punto de vista cambió unas décadas más tarde, en parte debido a los logros en el género sinfónico de Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven. También hubo un cambio de actitud hacia la música instrumental en general, y la ausencia del texto, antes vista como una desventaja, pasó a considerarse una virtud. 

En 1824, la Novena Sinfonía de Beethoven redefinió la sinfonía mediante la introducción del texto y voz en un género previamente instrumental, abriendo un debate sobre el futuro de la sinfonía. Algunos compositores emularon y ampliaron el modelo de Beethoven. Hector Berlioz mostró en su sinfonía coral Roméo et Juliette un nuevo enfoque de la naturaleza épica de la sinfonía, usando voces para mezclar música y narrativa, excepto los momentos fundamentales de la historia, reservada a la orquesta. Felix Mendelssohn escribió su Segunda Sinfonía como una obra para coro, solista y orquesta. Habiendo etiquetado la obra como sinfonía-cantata amplió el final coral a nueve movimientos mediante la inclusión de secciones vocales para solista, recitativos, y secciones para coro, lo que hizo a la parte vocal más larga que las tres secciones orquestales que la precedían. Franz Liszt escribió dos sinfonías corales, siguiendo estas formas de múltiples movimientos con las mismas prácticas de composición y mismos objetivos programáticos que había establecido en sus Poemas Sinfónicos. 




Después de Liszt, Gustav Mahler tomó el legado de Beethoven. Mahler utilizó un coro y solistas en el final de su Segunda Sinfonía, Resurrección. En su Tercera Sinfonía escribió un final puramente instrumental  precedido por dos movimientos vocales, y en su Cuarta Sinfonía, una soprano solista interpretando un final vocal, regresando recién con su Octava Sinfonía (De los Mil) a este género musical, integrando el texto en la totalidad de la obra. Después de Mahler, la sinfonía coral se convirtió en un género más común, sufriendo diversos cambios de composición en el proceso. Algunos compositores como Benjamin Britten, Sergei Rajmáninov, Shostakóvich y Ralph Vaughan Williams, siguieron estrictamente la forma sinfónica, mientras que otros eligieron ampliar la forma sinfónica o utilizar diferentes estructuras sinfónicas en conjunto. 

A lo largo de la historia de la sinfonía coral se han compuesto obras que han reflejado objetivos programáticos de composición particulares. Una de las primeras sinfonías de este tipo fue la Segunda Sinfonía de Mendellsohn, encargada por la ciudad de Lepzig en 1840 para celebrar el 400 aniversario de la invención de los tipos móviles por Johannes Gutenberg. Más de un siglo después, la Segunda Sinfonía de Hendryk Góreki, subtitulada Copernicana, fue encargada, en 1973, por la Kosciuszko Foundation de Nueva York para celebrar el 500 aniversario de Nicolás Copérnico. Entre estas dos obras, en 1930, el director de orquesta Sergéi Kusevitski, encargó a Igor Stravinski, la composición de la Sinfonía de los Salmos, para el 50 aniversario de la fundación de la Orquesta Sinfónica de Boston, y en 1946, el entonces director de la Radiodiffusion-Télévision Française, Henri Barraud, encargó a Darius Milhaud que escribiera su Tercera Sinfonía, titulada Te Deum, para conmemorar el final de la Segunda Guerra Mundial.

En los últimos años del siglo XX y primeros del siglo XXI se compusieron más sinfonías corales para ocasiones especiales. Krzystof Penderecki compuso su Séptima Sinfonía para conmemorar el tercer milenio de la ciudad de Jerusalém en 1996, y Tan Dun la Symphony 1997: Heaven Earth Mankind, para conmemorar la transferencia de la soberanía de Hong Kong ese año a la República Popular China. Philip Glass recibió el encargo de escribir su Quinta Sinfonía como una de las muchas piezas para celebrar el comienzo del siglo XXI.  

Al igual que un oratorio o una ópera, una sinfonía coral es una obra para orquesta, coro y a menudo voces solistas, aunque se han compuesto algunas par voces sin acompañamiento. A diferencia de los oratorios o las óperas, que generalmente están estructuradas dramatúrgicamente en arias, recitativos y coros, una sinfonía coral coral está estructurada como una sinfonía en movimiento. Se puede emplear el esquema tradicional de cuatro movimientos, con un rápido movimiento de apertura, un movimiento lento, un scherzo y un movimiento final, o, como ocurre en muchas sinfonías instrumentales, se puede utilizar una estructura diferente en los movimientos. El texto escrito en una sinfonía coral está al mismo nivel que la música, como en un oratorio, y el coro y los solistas comparten papel con los instrumentos. 




Algunos esfuerzos recientes han prestado menos atención a la forma sinfónica y más a la intención programática. Hans Werner Henze compuso en 1997, su Novena Sinfonía en siete movimientos, basándose para su estructura en la novela La Séptima Cruz de Anna Seghers. La novela relata la huida de siete fugitivos de una prisión nazi condenados a muerte por crucifixión. La experiencia traumática del preso para conseguir la libertad se convierte en la parte fundamental del texto. La Séptima Sinfonía de Penderecki, titulada Siete puertas de Jerusalém, que se concibió originalmente como un oratorio, no solo está escrita en siete movimientos, también está unida por un amplio sistema de frases con siete notas, así como el uso frecuente de las siete notas repetidas en un único tono. 

La Quinta Sinfonía de Pilip Glass, terminada en 1999, y subtitulada Requiem, Bardo y Nirmaaskaya, está escrita en doce movimientos para cumplir con su intención programática. Más recientemente Glass basó la estructura filosófica y musical de su Séptima Sinfonía en una trinidad sagrada, Wixarika. 

La adición de un texto puede cambiar la intención programática de una composición, como ocurrió con las dos sinfonías corales de Franz Liszt. Tanto la Sinfonía Fausto, como la Sinfonía Dante fueron concebidas como obras instrumentales y más tarde se convirtieron en sinfonías corales. En 1857 Liszt volvió a concebir su Sinfonía Fausto, agregó un coro masculino (coro místico), que canta las últimas palabras del Fausto de Goethe. 

Del mismo modo, la inclusión de Liszt de un final coral en su Sinfonía Dante, cambió la intención estructural como aquella programática de toda la obra. La intención del compositor era seguir la estructura de la Divina Comedia de Dante y componerla en tres movimientos, uno para el Infierno, otro para el Purgatorio y otro para el Paraíso. Sin embargo, su yerno (Richard Wagner), lo convenció de que ningún compositor terrenal podía expresar fielmente los encantos del Paraíso. Liszt descartó el terer movimiento, pero agregó un magníficat al final del segundo. 

Un texto también puede dar origen al nacimiento de una sinfonía coral, solo para que la obra se convierta en puramente instrumental cuando se cambia el enfoque programático de la misma. Shostakovich había planificado su Séptima Sinfonía como una sinfonía con un único movimiento coral, al igual que sus sinfonías segunda y tercera. Su idea fue establecer un texto para el Salmo noveno de la Séptima, en un tema de venganza por el derramamiento de sangre inocente. Había quedado profundamente impresionado con el final de la Sinfonía de los Salmos de Stravinski, que deseaba emular en su sinfonía. Si bien el tema del Salmo noveno transmite la indignación del compositor por la opresión de Stalin, una interpretación o representación pública de la obra con texto habría sido imposible antes de la invasión alemana de la Unión Soviética. Con Stalin apelando a los sentimientos patrióticos y religiosos de los soviéticos, las autoridades ya no suprimían las imágenes o temas ortodoxos. Sin embargo, Shostakovich finalmente se dio cuenta de que su obra abarcaba mucho más que esa simbología. Amplió la sinfonía a la forma tradicional de cuatro movimientos, transformándola en una sinfonía puramente instrumental. 






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