Pedro Calderón de la Barca
Por su dilatado recorrido vital por la estratégica situación histórica que le tocó vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, Calderón de la Barca sintetiza el magnífico pero también contradictorio siglo XVII, el más complicado de la historia española. Testigo de tres reinados (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), vivió la Europa del pacifismo, la de la Guerra de los Treinta Años, y la del nuevo orden internacional, simultáneo al lento declinar de la monarquía.
Descendiente de una mediana hidalguía de burócratas, Calderón conjugó el vitalismo popular con la matemática depurada y exacta de la clase oficial de la que fue cronista e intérprete, y, a su modo, también conciencia crítica. Se educó en ese pensamiento oficial, pasó por la carrera militar y recaló en el estado eclesiástico, aunque su biografía revela también actitudes nada condescendientes a veces, con su contexto histórico y vital. Pero sobre todo revela al humanista tardío y al enciclopédico preilustradoque alcanzó a conocer aun el lejano magisterio de Cervantes, que convivió con Vélazquez, y que fue contemporáneo, entre otros, de Góngora, Quevedo, Gracien, Kepler, Monteverdi, Pascal, Descartes, Hobbs y Espinoza.
Nace en Madrid el 17 de enero de 1600. La primera etapa de su vida coincide con la última parte del reinado de Felipe III y de la privanza del Duque de Lerma. La muerte prematura de su madre en 1610, y el sentido autoritario de su padre, que dispone férreamente el destino y oficio de sus hijos y muere en 1615, hacen que crezca profundamente influido por la complicidad familiar de sus hermanos, pero, sobre todo, por su estancia en el Colegio Imperial de las Jesuitas (1608 - 1613), y, posteriormente en las Universidades de Alcalá y Salamanca, en la que permanece hasta 1615. La lógica, el teatro y la persuasión retórica, la escolástica, la historia profana y canónica y el derecho natural y político fueron el bagaje intelectual con el que se enfrentó a la creación literaria.
La llegada al trono de Felipe IV y el ascenso del Conde Duque de Olivares en 1621 supone la llegada de una nueva época. Este período de reformismo interior y de deseo de independencia frente a la hegemonía del pensamiento burgués del norte de Europa, que habría de culminar hacia 1640, supone también el del imparable ascenso creativo de Calderón, la definitiva superación de la generación lopista y su consagración en el orden artístico y social. Escribe comedias cortesanas como Amor, honor y poder (su primera obra de éxito, 1623), comedias de enredo o de capa y espada como La dama duende o Casa con dos puertas, dramas de celebración oficialista como El sitio de Bredá (inmoratlizado por Velázquez en Las Lanzas), tragedias como El príncipe constante, etc. Entre 1630 y 1640 Calderón se convierte en un clásico de su tiempo. Es la década de El Tuzaní de las Alpujarras, la década de sus grandes tragedias bíblicas como Los cabellos de Absalón, y de honor como El médico de su honra o El pintor de su deshonra. Es también la década en que el debate entre individuo y poder, honor estamental y virtud personal alcanzan la perfección en El alcalde de Zalamea. La década en la que una gran parábola de la ambición del conocimiento y del amor se ofrece envuelta en El mágico prodigioso, en la fantasía de una comedia de santos. La obra cumbre de este período es La vida es sueño, excepcional drama sobre la libertad del hombre y los límites impuestos por la ética social o por los límites del estado.
Aunque en 1649 se reabren los teatros, Calderón ha sufrido una crisis tanto espiritual como profesional. La decisión de convertirse en secretario del Duque de Alba durante unos años y la de ordenarse sacerdote en 1651 no pueden separarse tanto de su abatimiento personal, como de su necesidad de seguir contando con ingresos económicos en su carrera de dramaturgo. Calderón, que desde 1653 ocupa la Capellanía de la Catedral de los Reyes Nuevos de Toledo, comienza otra etapa creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Sigue fiel a dos espacios escenográficos y políticos: la celebración regia en el Palacio del Buen Retiro, y la fiesta teológica de Corpus en los autos sacramentales, adentrándose en la última y dilatada etapa de su producción dramática.
Calderón compone, entre 1630 y 1640 los primeros y espléndidos autos sacramentales de raíz más ética que cristiana, como El gran teatro del mundo o La cena del rey Baltazar. Los personajes alegóricos pueblan el tablero de representaciones que si por un lado reflejan el pensamiento ortodoxo del momento frente a la herejía, por otro documentan que también fue víctima de la intolerancia del momento.
Calderón es el autor que con más asiduidad escribiría espectaculares obras, casi siempre basadas en fábulas mitológicas para el Palacio del Buen Retiro, tanto en diversas estancias reales, como en sus jardines y estanques. A partir de 1640 se constituye un gran Coliseo. Allí la música y el canto, las primeras zarzuelas y óperas del teatro español se ponen en escena con toda la magnificencia vanguardista aportada por escenógrafos italianos como Cosme Liotti y Baccio del Bianco. Son obras como La púrpura de la rosa, La fiera, el rayo y la piedra o Las fortunas de Andrómeda y Perseo, que Calderón continuará escribiendo y vigilando en sus ensayos incluso tras la muerte de Felipe IV en 1665 y la llegada al trono de Carlos II. Con motivo del Carnaval de 1680, Calderón aun compondría la magnífica comedia Hado y divisa de Leonido y Marfisa.
En mayo de 1681, cuando está acabando de componer los autos destinados al Corpus de ese año, Calderón muere. Es enterrado con todos los honores y su cadáver, revestido con sus ornamentos sacerdotales y del hábito de la Orden de Santiago, es llevado de acuerdo con sus propias palabras de su testamento: descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida.
Dramaturgo trágico a la altura de Sófocles o Eurípides en la angustiada perplejidad de los individuos que retrata, y a la de Shakespeare en las grietas de humana debilidad que supo mostrar del poder, Calderón representa la cumbre de las artes escénicas de un período irrepetible. Su estatua, erigida en 1881 en la Plaza de Santa Ana en Madrid, se levanta frente al Teatro Español, emplazamiento del antiguo Corral del Príncipe. Desde ella, reclama la memoria de un tiempo y de una obra que nació bajo el signo de una crisis de la modernidad, y que aun mantiene la emocionante y vigorosa contemporaneidad de un clásico.
La llegada al trono de Felipe IV y el ascenso del Conde Duque de Olivares en 1621 supone la llegada de una nueva época. Este período de reformismo interior y de deseo de independencia frente a la hegemonía del pensamiento burgués del norte de Europa, que habría de culminar hacia 1640, supone también el del imparable ascenso creativo de Calderón, la definitiva superación de la generación lopista y su consagración en el orden artístico y social. Escribe comedias cortesanas como Amor, honor y poder (su primera obra de éxito, 1623), comedias de enredo o de capa y espada como La dama duende o Casa con dos puertas, dramas de celebración oficialista como El sitio de Bredá (inmoratlizado por Velázquez en Las Lanzas), tragedias como El príncipe constante, etc. Entre 1630 y 1640 Calderón se convierte en un clásico de su tiempo. Es la década de El Tuzaní de las Alpujarras, la década de sus grandes tragedias bíblicas como Los cabellos de Absalón, y de honor como El médico de su honra o El pintor de su deshonra. Es también la década en que el debate entre individuo y poder, honor estamental y virtud personal alcanzan la perfección en El alcalde de Zalamea. La década en la que una gran parábola de la ambición del conocimiento y del amor se ofrece envuelta en El mágico prodigioso, en la fantasía de una comedia de santos. La obra cumbre de este período es La vida es sueño, excepcional drama sobre la libertad del hombre y los límites impuestos por la ética social o por los límites del estado.
Aunque en 1649 se reabren los teatros, Calderón ha sufrido una crisis tanto espiritual como profesional. La decisión de convertirse en secretario del Duque de Alba durante unos años y la de ordenarse sacerdote en 1651 no pueden separarse tanto de su abatimiento personal, como de su necesidad de seguir contando con ingresos económicos en su carrera de dramaturgo. Calderón, que desde 1653 ocupa la Capellanía de la Catedral de los Reyes Nuevos de Toledo, comienza otra etapa creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Sigue fiel a dos espacios escenográficos y políticos: la celebración regia en el Palacio del Buen Retiro, y la fiesta teológica de Corpus en los autos sacramentales, adentrándose en la última y dilatada etapa de su producción dramática.
Calderón compone, entre 1630 y 1640 los primeros y espléndidos autos sacramentales de raíz más ética que cristiana, como El gran teatro del mundo o La cena del rey Baltazar. Los personajes alegóricos pueblan el tablero de representaciones que si por un lado reflejan el pensamiento ortodoxo del momento frente a la herejía, por otro documentan que también fue víctima de la intolerancia del momento.
Calderón es el autor que con más asiduidad escribiría espectaculares obras, casi siempre basadas en fábulas mitológicas para el Palacio del Buen Retiro, tanto en diversas estancias reales, como en sus jardines y estanques. A partir de 1640 se constituye un gran Coliseo. Allí la música y el canto, las primeras zarzuelas y óperas del teatro español se ponen en escena con toda la magnificencia vanguardista aportada por escenógrafos italianos como Cosme Liotti y Baccio del Bianco. Son obras como La púrpura de la rosa, La fiera, el rayo y la piedra o Las fortunas de Andrómeda y Perseo, que Calderón continuará escribiendo y vigilando en sus ensayos incluso tras la muerte de Felipe IV en 1665 y la llegada al trono de Carlos II. Con motivo del Carnaval de 1680, Calderón aun compondría la magnífica comedia Hado y divisa de Leonido y Marfisa.
En mayo de 1681, cuando está acabando de componer los autos destinados al Corpus de ese año, Calderón muere. Es enterrado con todos los honores y su cadáver, revestido con sus ornamentos sacerdotales y del hábito de la Orden de Santiago, es llevado de acuerdo con sus propias palabras de su testamento: descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida.
Dramaturgo trágico a la altura de Sófocles o Eurípides en la angustiada perplejidad de los individuos que retrata, y a la de Shakespeare en las grietas de humana debilidad que supo mostrar del poder, Calderón representa la cumbre de las artes escénicas de un período irrepetible. Su estatua, erigida en 1881 en la Plaza de Santa Ana en Madrid, se levanta frente al Teatro Español, emplazamiento del antiguo Corral del Príncipe. Desde ella, reclama la memoria de un tiempo y de una obra que nació bajo el signo de una crisis de la modernidad, y que aun mantiene la emocionante y vigorosa contemporaneidad de un clásico.
Me gustaría saber de Pedro Calderón de la Barca sobre el nombre y apellido de la esposa o esposas e hijos. Gracias
ResponderEliminarEmilio Murgueytio ( Perú)
Muchísimas gracias por tu comentario Emilio. Calderón de la Barca se consagra a la vida monástica, y se ordena sacerdote a los 50 años de edad. De su vida privada poco y nada ha trascendido, y en ningún documento ni biografía consta que ha tenido mujer e hijos.
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