Léon Tolstói

LÉON TOLSTóI








Liev Nikoláievich Tolstói (9 de septiembre de 1828 - 20 de noviembre de 1910). Escritor ruso. Hijo del noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, Tolstói vivirá siempre escindido entre los dos espacios simbólicos que son la gran urbe y el campo, pues si el primero representaba para él el deleite, el derroche y el lujo de quienes ambicionaban brillar en sociedad, el segundo, por el que sintió devoción, era el lugar del laborioso alumbramiento de sus preclaros sueños literarios.

El muchacho quedó precozmente huérfano. Pero el hecho de que después pasara a vivir con dos tías suyas no influyó en su educación que estuvo durante todo ese tiempo al cuidado de varios preceptores masculinos no demasiado exigente con el joven aristócrata.

En 1843 pasó a la Universidad de Kazán donde se matriculó en la Facultad de Letras, carrera que abandonó para cursar Derecho. Estos cambios, no obstante, hicieron que mejorasen muy poco sus pésimos rendimientos académicos y probablemente no hubiera nunca coronado con éxito su instrucción de no haber atendido sus examinadores al alto rango de su familia.

Además, según cuenta el propio Tolstói en Adolescencia, a los dieciséis años carecía de toda convicción moral y religiosa, se entregaba sin remordimientos a la ociosidad, era disoluto, resistía asombrosamente las bebidas alcohólicas, jugaba a las cartas sin descanso y obtenía con envidiable facilidad los favores de las mujeres. Regalado por esa existencia de estudiante rico y con completa despreocupación de sus obligaciones, vivió algún tiempo tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida y deslumbrante San Petersburgo.




En 1847 escapó de las propulsas urbes y se refugió entre los campesinos de su Yasnaia Poliana natal, sufriendo su conciencia una profunda sacudida entre el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos. A raíz de esta experiencia concibió la noble idea de consagrarse al mejoramiento y enmienda de las opresivas condiciones de los pobres, pero aun no sabía por donde empezar. De momento, para dar rienda suelta al vigor desbordante el joven decidió abrazar la carrera militar e ingresó en el ejército. 

El enfrentamiento contra las guerrillas tártaras en la frontera del Cáucaso, tuvo para él la doble consecuencia de descubrirle la propia temeridad y desprecio de la muerte y darle a conocer un paisaje impresionante que guardará para siempre en su memoria. Enamorado desde niño de la naturaleza, aquellos monumentales lugares grabaron en su ánimo una nueva fe panteista y un indeleble y singular misticismo.

Al estallar la guerra de Crimea en 1853 pidió ser destinado al frente, donde dio muestras de gran arrojo y ganó cierta reputación por su intrepidez, pero su sensibilidad exacerbada toleró con impaciencia la ineptitud de los generales y el a menudo baldío heroísmo de los soldados, de modo que pidió su retiro y tras descansar una breve temporada en el campo, decidió dedicarse por entero a la tarea de escribir.

Durante algún tiempo viajó por Francia, Alemania y Suiza, y de allí se trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir una escuela para pobres y fundar un periódico sobre temas didácticos. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al castigo. 





Pronto fue imitado por otros, pero su peligrosa novedad, junto a los ataques del escritor contra la censura y la reinvindicación de la libertad de palabra para todos, incluso para los disidentes políticos, despertó la ira del gobierno que a los pocos años mandó cerrarla. Era uno de los primeros reveses de su proyecto reformador y uno de los primeros encontronazos con las fuerzas vivas de Rusia, aunque no sería el único. Sus discrepancias con la Iglesia Ortodoxa también se hicieron notorios al negar abiertamente su parafernaria litúrgica, denunciar la inútil profusión de íconos, los enrarecidos ambientes con olor a incienso y la hipocresía y superficialidad de los popes.


A pesar de ser una persona acostumbrada a mediar sobre la muerte, el trágico fallecimiento de su hermano Nicolás acaecido el 20 de septiembre de 1860 le produjo una extraordinaria conmoción, y al año siguiente se estableció definitivamente en Yasnaia Poliana. Allá trasladará en 1862 a su flamante esposa Sofía Behrs, hija de un médico de Moscú con quien compartió toda su vida y cuya abnegación y sentido práctico fue el complemento ideal para un hombre abismado en sus propias fantasías.


Sofía era entonces una inocente muchacha de dieciocho años, deslumbrada por aquel experimentado joven de treinta y cuatro que tenía a sus espaldas un pasado aventurero y que además, con imprudente sinceridad, quiso que conociera en detalle sus anteriores locuras y le entregó el diario de su juventud, donde daba cuenta de sus escandalosos desafueros y filtreos. Con todo, aquella doncella que le daría trece hijos, no titubeó ni un momento y aceptó enamorada la proposición de unir sus vidas, contrato que salvando períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo.


Merced al cuidado que le prodigiaba Sofía en los primeros y felices años de su matrimonio, Tolstói contó con condiciones óptimas para escribir su asombroso fresco histórico Guerra y Paz, la epopeya de la invasión a Rusia por Napoleón en 1812, en la que se recrean nada menos que las vidas de quinientos personajes. El abultado manuscrito fue pacientemente copiado siete veces por la esposa a medida que el escritor corregía.








La construcción de este monumento literario le reportó inmediatamente fama en Rusia y en Europa, porque fue traducido en seguida a todas las lenguas cultas e influyó notablemente en la narrativa posterior, pero el místico patriarca juzgó siempre que gozar halagadamente de esta celebridad era una nueva forma de pecado, una manera indigna de complacerse en la vanidad y en la soberbia.


Si Guerra y Paz había comenzado a publicarse por entregas en la revista El Mensajero Ruso en 1864 y se concluyó en 1869, muchas fueron después las obras notables que salieron de su prolífica pluma y cuya obra completa puede llenar casi un centenar de volúmenes. La principal de ellas es Anna Karenina (1875 - 1876), donde se relata una febril pasión adúltera, pero también son impresionantes La Sonata a Kreuzer (1890), curiosa condenación al matrimonio, y acaso su obra más patética: La muerte de Ivan Ilich, (1885).


Al igual que algunos de sus personajes, el final de Tolstói tampoco estuvo exento de dramatismo y el escritor expiró en condiciones bastante extrañas. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con pobres campesinos, predicando con el ejemplo de la doctrina de la pobreza, trabajando como zapatero durante varias horas al día y repartiendo limosna. Muy distanciado de su familia que no podía comprender estas extravagancias, se abstenía de fumar y de beber alcohol, se alimentaba de vegetales y dormía en un duro catre.


En cierto modo la biografía de Léon Tolstói constituye una infatigable exploración de las claves de esa sociedad plural y a menudo cruel que lo rodeaba, por lo que consagró toda su vida a la búsqueda dramática del compromiso más sincero y honesto que podría establecer con ella. Aristócrata refinado y opulento, acabó por definirse paradójicamente como anarquista cristiano, provocando el desconcierto entre los de su clase. Discutido y discutible pensador social, nadie le niega hoy haber dado a la imprenta una obra literaria inmensa, una de las mayores de todos los tiempos, donde la epopeya y el lirismo se entreveran y donde la guerra y la paz de los pueblos cobran realidad plásticamente en los lujosos salones y en los campos de batalla, en las ilusiones irreductibles y en los furiosos tormentos del asendereado corazón humano.





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