Alfonsina Storni

ALFONSINA STORNI





A finales del siglo XIX el matrimonio formado por Alfonso Storni y Paulina Martignoli, ambos de nacionalidad suiza, se unió a la ola de inmigrantes europeos que por ese entonces emigraba a la Argentina en busca de un futuro prometedor. Se instalaron en la  ciudad de San Juan y allí nacieron sus dos primeros hijos. Sin embargo, en 1890 decidieron regresar a su país natal y se asentaron en un pequeño pueblo llamado Sala Capriasca, en la Suiza italiana. Allí nació Alfonsina el 29 de mayo de 1892. Cuatro años después la familia decidió viajar nuevamente a San Juan , donde residirá hasta 1900, año en que se trasladó a la ciudad de Rosario en busca de nuevas oportunidades.

Alfonsina creció en un ambiente de estrechez económica, y por ello, cerca de los once años, tuvo que abandonar sus estudios y ayudar a su madre que trabajaba como modista para compensar la falta de recursos causada, en gran medida, por la inestabilidad laboral y emocional de Alfonso Storni. En 1906, cuando muere su padre, Alfonsina entra a trabajar como aprendiza en una fábrica de gorras. Más adelante comienza a trabajar en el teatro y llega a formar parte de la compañía del actor español José Tallaví. En 1909 se matricula en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, donde también ocupa el cargo de celadora. Al año siguiente obtiene el título de maestra rural e inicia sus prácticas en la ciudad de Rosario.

En esta época comienza a publicar sus primeros poemas en revistas locales, pero muy pronto, cuando le faltan pocos meses para cumplir los veinte años, abandona Rosario y toma el tren rumbo a Buenos Aires, embarazada de un hombre casado y 24 años mayor que ella, decidida a empezar de nuevo. Desde ese momento hasta su muerte afrontará la vida como madre soltera pasando por alto los prejuicios morales de una sociedad hipócrita y estrecha.

Durante sus primeros años en Buenos Aires debe ajustar las exigencias domésticas y la crianza de su hijo a su incorporación al mundo literario, además trabaja como cajera en una farmacia y en una tienda y después como corresponsal psicológico en una empresa importada de aceite de oliva. En 1916 aparece su primera libro, La inquietud del rosal, asimismo consigue sus primeras colaboraciones literarias en Fray Mocho, Caras y Caretas, El Hogar, Mundo Argentino, que la ayudan a llegar a fin de mes y la estimulan intelectualmente. También establece amistad con reconocidos intelectuales de pensamiento socialista como Manuel Ugarte y José Ingenieros y empieza a recitar sus poemas en bibliotecas del barrio.








En 1919 se hace cargo de una sección fija en la revista La Nota, y más tarde en el periódico La Nación en las que escribe de las mujeres y del lugar que merecen en la sociedad. A menudo se refiere, no sin ironía a la actitud de las mujeres huecas, por ejemplo en Diario de una niña inútil habla de las vidas tediosas y superficiales de las caza-novios. Asimismo escribe sobre el derecho a voto femenino (que las leyes argentinas no aprobarán hasta 1946), y cuestiona las pesadas tradiciones que les impide a la mayoría de las mujeres a elegir un camino más allá del matrimonio. En sus artículos adopta un periodismo combativo y enfatiza que lo primero que tienen que hacer para cambiar la situación de las mujeres es romper con los tópicos, los arquetipos, los lugares comunes que la sociedad patriarcal espera de ellas, recordándoles que son seres pensantes.


A lo largo de estos años Alfonsina trabaja intensamente; publica poesías, dicta conferencias y se desempeña como profesora de escuelas públicas. A partir de 1926dispondrá también de una cátedra en el Conservatorio de Música y Declamación donde impartirá clases de Arte escénico, mientras que por las noches dará clases de castellano y aritmética.


A mediados de los años veinte sufre una crisis de agotamiento físico y emocional debido al exceso de trabajo. Se le recomienda descanso absoluta, de tal manera comienza sus reposos anuales en Mar del Plata y Córdoba, aunque duran poco tiempo, ya que necesita de su trabajo para vivir y sacar adelante a su hijo. No obstante, y gracias a su empeño, a finales de la década de los años veinte, Alfonsina ha logrado convertirse en una mujer profesional consolidada en el mundo intelectual de Buenos Aires, un mundo dominado por los hombres. Asiste a las reuniones y comidas del grupo Anaconda con Horacio Quiroga, Enrique Amorín, Emilio Centuión, etc. También participa activamente en las tertulias artísticas lideradas por Benito Quinquela Martín en el café Tortoni, y en las del grupo Signo, en el hotel Castelar, en donde conoce a Ramón Gomez de la Serna y a Federico García Lorca.


La obra poética de Alfonsina es el mejor legado para intentar comprender su vida, marcada por la lucha cotidiana. Pasó por un largo proceso de aprendizaje poético para llegar a fundir la voz de la mujer moderna con la voz interna de sus poemas. Los primeros cuatro poemas (La inquietud del rosal, El dulce daño, Irremediablemente y Languidez) pertenecen al llamado poema de amor, formato plagado de clichés anticuados y muy románticos, que estaban de moda en aquella época. 








En esa época no era común que la mujer escribiera, y si lo hacía era necesario que se ajustara a las formas tradicionales, sin sobrepasar los límites que dividían al amor ingenuo del deseo puro, escondiendolas bajo expresiones sentimentales que no resultaren peligrosas  para el público asustadizo. Aunque Alfonsina escribió dentro de ese estilo tan particular, también es cierto que ellos nacen de profundos temas humanos, de vivencias vividas: El resultado son poemas de tono íntimo y doméstico, donde también sobresalen temas transgresores como el deseo femenino (criticado duramente por la crítica tradicional), la doble moral a la que está sometida la virginidad de la mujer, la igualdad erótica entre los sexos y el derecho de independencia de ellas, la posición subordinada y el legado de silencio heredado por las mujeres, y la obsesión por la muerte.


El giro de su estilo poético comenzará a identificarse en Ocre (1925), donde se muestra más introspectiva, el sufrimiento identificado en estos versos es menos estridente y sus autorretratos irónicos. A finales de la década estrena su primer obra teatral, El amo del mundo, que fue duramente criticada debido a la mala interpretación que se hizo de las ideas femeninas expuestas en ella. 


No volvió a publicar otro poemario hasta 1934, en los últimos años se había interesado por autores más contemporáneos, y entre 1930 y 1932 realizó viajes a Europa que le permitieron conocer el trabajo de la Generación del 27, trasformándose en poeta, en donde la mujer  y la autora libre de su estilo anterior se funden en una sola voz.


Cuatro años después y un mes antes de su muerte publica Mascarilla y trébol donde culmina la aventura  vanguardista, aunque en el fondo de un abismo. En 1935 se le diagnosticó un cáncer de pecho y debió de someterse a una operación quirúrgica en la que perdió su seno derecho. El hecho de tener que pasar por una mutilación física para seguir con vida la marcaría profundamente. En los dos años siguientes a la operación presiente la cercanía de la muerte ya que su salud empeora de manera irremediable. En octubre de 1938 se marcha hacia Mar del Plata, supuestamente a descansar. Una noche, después de unas horas de intenso dolor, dicta una carta dirigida a su hijo. En la madrugada del 25 de octubre , Alfonsina, de 46 años, y bajo una lluvia torrencial se arroja al mar desde un espigón dejando como testamento un poema Voy a dormir, y una carta de despedida a su hijo.













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